He de confesar que me he sentido emocionada ante la noticia del embarazo de la presidenta andaluza. No por el embarazo en sí, sino por lo que representa.
Frente a las declaraciones disparatadas de la presidenta del Círculo de Empresarios cuestionando la oportunidad de contratar mujeres en edad fértil, la imagen de Susana Díaz embarazada se sumará a la que en su día ocupó las fotos de portada de la prensa nacional, Carme Chacón pasando revista a las tropas en avanzado estado de gestación.
Como mujer, como socialista, no puedo más que sentirme orgullosa. Poco a poco, sin negar las dificultades, se consolida la igualdad efectiva entre hombres y mujeres como fruto de un empeño colectivo en el que las mujeres y los hombres del partido socialista hemos jugado un papel fundamental. No pretendo en ningún caso apuntarme el tanto.
Reconozco que, como partido, nuestro papel ha sido llevar a las instituciones las demandas de igualdad exigidas mayoritariamente por la ciudadanía y, en especial, por tantas y tantas mujeres que se han dejado la piel en la lucha diaria, a pie de calle, por ganarse su derecho a no ser menos. Lo hemos hecho y lo seguiremos haciendo.
Ahora le toca a Susana. Como cualquier mujer, como tantas y tantas mujeres, será capaz de conciliar su vida laboral con su vida familiar, pero su dimensión pública hará que este embarazo se convierta en una prueba evidente de que ni la gestación es una enfermedad, ni la maternidad una limitación.
Seguro que durante este tiempo habrá algún titular inoportuno (ya ha habido alguno) y algún tertuliano pontificará sobre las limitaciones de la presidenta embarazada (ya lo ha hecho alguno).
Pero frente a esas muestras residuales de machismo, yo me quedo con la imagen de Susana que, como cualquier mujer, será capaz de asumir su maternidad con total normalidad. Ella, en sus tareas políticas; otras en las fábricas, en las oficinas, en el campo, al cuidado de sus hogares y familias... donde la vida las haya colocado.