Cada Día Internacional de la Alimentación, que celebramos los 16 de octubre, debemos recordar que la malnutrición sigue siendo un problema que afecta a más de 800 millones de personas; una cifra obscena si tenemos en cuenta que en la actualidad disponemos de capacidad tecnológica y económica suficiente para acabar con esta lacra.
El hambre es consecuencia directa de los conflictos bélicos -normalmente instigados y sostenidos por potencias externas a los países que los padecen-, el cambio climático y los modelos insostenibles de desarrollo. Estos factores se unen al principal: Una injusta distribución de la riqueza.
Hasta hace pocos años, el Día Mundial de la Alimentación nos llevaba a reclamar políticas de cooperación al desarrollo de las opulentas sociedades del primer mundo a las necesidades del tercero.
Hoy, sin embargo, esta jornada nos obliga a pensar también en nuestro país, también en Canarias, también en Lanzarote. Pues son ya miles de personas en nuestro entorno próximo las que precisan del auxilio de las administraciones públicas, de las ONGs y de las redes de protección familiar para cubrir algo tan básico como la alimentación diaria.
Más allá de indicadores macroeconómicos o de previsiones financieras, la cifra de personas que hacen uso de comedores sociales o ayudas de las instituciones españolas nos enfrenta a una verdad incuestionable: nos estamos convirtiendo en tercer mundo.
El aumento de millonarios que señalan las estadísticas, unido a la imparable pérdida de poder adquisitivo de la cada vez más depauperada y despoblada clase media, define un nuevo modelo cada vez más parecido a esas sociedades en vías de desarrollo que antes nos parecían enormemente lejanas.
Como alcaldesa me enfrento a esa nueva realidad cada día. Cada vez son más los vecinos y vecinas que acuden al ayuntamiento en demanda de algo tan básico como la comida. Y como responsable de la dirección socialista, me felicito por el incremento de las partidas destinadas a financiar los comedores escolares o a la iniciativa de la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias de garantizar una comida al día durante las vacaciones a los niños y las niñas con menos recursos.
Al tiempo, me aterra y me indigna y lucho contra el empeño suicida de la derecha de imponer un austericidio que están pagando los más débiles.
Mientras tanto, nos queda seguir apoyando con acciones concretas la tarea de la solidaridad institucional y personal y, sobre todo, la que llevan a cabo colectivos indispensables como Cáritas o Calor y Café. Vaya para ellos mi más sincero y efusivo reconocimiento.
María Dolores Corujo