La detención de algunos alcaldes o de un importante constructor, dentro de procedimientos judiciales que, con independencia de la voluntad de su instructor, se han convertido en casos estrella, ha llevado a diferentes dirigentes empresariales y a algún columnista, amén de políticos compañeros de régimen de los afectados, a hablar del miedo de los inversores.
Que el dinero es tímido y miedoso, que se retrae en caso de dificultades, no es noticia nueva, más bien, y sin ánimos de parecer pedante, podría decirse que es consustancial a su naturaleza. Ahora bien, cabe preguntarse qué teme el dinero o, mejor, y para ser más exacto, qué teme cada tipo de dinero.
Podría hablarse de un dinero serio. Un dinero que busca moverse en un campo en el que las reglas de juego estén claras y en el que el árbitro no esté vendido. Un dinero que está dispuesto a pagar tasas, impuestos, arbitrios, gabelas, portazgos y demás figuras con que la administración le grave, siempre y cuando, insisto, las reglas estén claras.
Podría hablarse, por contra, de un dinero ventajista. Un dinero que se multiplica a si mismo a base de su relación privilegiada con el poder. Un dinero que no compite en igualdad de condiciones con el anterior, puesto que siempre hay una mano amiga que rueda una línea en un plano, una boca cómplice que le advierte antes que empiecen a contar los plazos, un oído atento que escuche sus particulares necesidades.
El primer dinero, el serio, teme a la arbitrariedad. El segundo, el ventajista, teme como a mil diablos cualquier atisbo de rigor.
Pero para no mantenernos en el terreno de lo hipotético, vamos a pensar en un caso concreto, un caso de los que se ha producido en Playa Blanca.
Un empresario mallorquín compra una parcela y solicita su licencia. Ese día, de modo sorprendente, el Alcalde y la Oficina Técnica del Ayuntamiento de Yaiza, recuerdan que hay por ahí algo que se llama Plan Insular, lo buscan desesperados y, cuando lo encuentran, le deniegan la licencia, cosa que no hacen con otros expedientes.
Un conocido empresario lanzaroteño, por casualidad, formaliza una opción de compra con el mallorquín. El Alcalde, por casualidad, una vez que se ha pactado la compraventa, revisa la licencia de oficio y dice que hay que concederla. Como es lógico, el empresario lanzaroteño, una vez concedida la licencia, materializa la opción de compra y hace su hotel.
Parece lógico considerar que el conocido empresario lanzaroteño tema como a la peste que se sigan investigaciones policiales puesto que, aunque se pueda decir que es casualidad, su operación hiede a corrupción y tráfico de influencias. Como colofón, parecería lógico que el empresario mallorquín se alegrara de que aquellos que le discriminaron, no por mallorquín sino, presuntamente, por no haber pasado por caja, sufran el rigor de la justicia.
Conclusión: que no nos asusten con la huida de los inversores los que han manejado Canarias como su cortijo, los que han puesto a la Administración Pública al servicio de intereses privados. El dinero serio y honesto seguirá considerando a Canarias una tierra de oportunidades, mayores cuanto más limpia, transparente y honesta sea su administración. Para ello, primero hay que limpiarla.