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Como tantas y tantas cosas que valen la pena en la vida, el boxeo es un invento inglés. El boxeo, además, y tal como nació, era propio tan sólo de viriles practicantes que, sin afeminados guantes, ni árbitros incordios, se dedicaban a aporrearse hasta que uno de ellos no pudiera continuar en pie.
Algo de eso debió pensar el inimitable Marcos Páez cuando el domingo pasado calzó por un vigilante del Cabildo, Jeremías Cabrera por más señas, ya que el consejero de pesca, escrito con minúscula en muestra de franco desprecio por sus modos y maneras, es un verdadero gentelman, impregnado de fairplay, que al fin y al cabo compartimos huso horario con Londres.
¿Que Jeremías me acosa porque soy un furtivo declarado?, galleta y tentetieso. ¿Ves la mano? ¡Pues toma!, debe ser lo que entiende por medios audiovisuales el hermético consejero.
SIn hacer caso sumiso, el ínclito lapeador empuja y machaca, acula y aporrea que, al fin y al cabo, es lo que ha venido haciendo por otros medios como, por ejemplo, negar el gasoil al barco de vigilancia del Archipiélago Chinijo con las más peregrinas excusas, hasta que interviene algún consejero de su grupo, más sensato.
Pero lo de Marcos, las cosas de Marcos, sólo se entienden en la medida en que se le permiten por parte de una presidenta, también en minúscula, que le comprende cuando lapea, o cuanto lanza regüeldos verborreicos en algún Consejo de la Reserva, que se ha dado el caso.
Marcos, el incomparable Marcos, no es ni más ni menos que un síntoma, otro, de un grupo de gobierno agotado y sin proyecto, sin más objetivo que utilizar la institución para tratar de perpetuarse en el gobierno.
Es una pena que no utilizaran a este auténtico gentelman como imagen en su campaña institucional: Inés besando a Marcos o poniéndole la chupa, Marcos inaugurando un ring con Inés, Inés comiéndose alguna de las lapas que le trajo Marcos... son algunas de las imágenes que nos hemos perdido. Una pena.