Hace tres años perdieron su vida. De entre todas las muertes que nos conmueven, las suyas nos causan un especial dolor. Un dolor diferente, mezclado con indignación.
Si siempre las víctimas del terrorismo merecen un recuerdo y un respeto especial, éstas, las del 11M, lo merecen doblemente. Lo merecen doblemente porque a la brutalidad irracional con que la muerte les llega, se le suma, en este caso, el desprecio que supone haber jugado con ellos.
Los días que siguieron al momento de su muerte, que debían haber sido días de luto y de dolor, de recuerdo emocionado hacia ellos y de solidaridad hacia sus familias y amigos, se vieron convertidos en el inicio de un siniestro juego de confusiones y mentiras.
Casi no vale la pena recordar la patética imagen de un Acebes ojeroso, titubente y confuso, pretendiendo retrasar el anuncio de Al Qaeda, sosteniendo la verosimilitud de todas las hipótesis sobre la autoría. O la insultante comparecencia de José María Aznar en la comisión del 11M, desbarrando sobre desiertos y colinas en los que no se hallaría a los autores intelectuales, desesperado por encontrarse un Patxi o un Antxon que sea primo segundo de un cuñado de algún Abdul o Hassan, para seguir sosteniendo la mentira.
Lo triste, al fin y al cabo, es que se trata, tan sólo, de una cuestión de escala. El desprecio por las víctimas, cuando de réditos políticos se trata, tuvo un primer y terrible exponente cuando la tragedia del YAK-42. Un caso que, en palabras de José Bono, constituyó una cadena desvergonzada de negligencias. Una suma de errores e incompetencias que se pretendió enterrar a toda prisa, al ritmo que se repartían cadáveres en un macabro sorteo, en el que tan sólo resultaron ciertas las identificaciones realizadas por Turquía.
Dan asco. Repugna su burdo intento de rechazar cualquier responsabilidad. Se esconden tras el ácido bórico, tras testigos dudosos y mochilas fantasmas. Niegan la mayor, que convirtieron a España en blanco preferente del terrorismo islamista radical, por el capricho de pasar a la historia en la foto de las Azores. A la larga, salía más barata la medalla comprada al Congreso de EEUU, porque hasta el agradecimiento de George Bush fue comprado.
Ahora, en un nuevo capítulo de la infamia, tensan y crispan, jugando con los miedos de la gente. Les aterra pensar que un gobierno socialista acabe con ETA. Se escudan en su pretendido respeto a las víctimas, sin contar con que existen otras víctimas, las futuras, y que puede evitarse que sean tales.
Hoy, once de marzo, 11M, el once en que todos fuimos Madrid, he querido tener mi particular homenaje a esas víctimas que algunos quisieran olvidar. Hoy he vuelto a escuchar sus nombres en una emocionante letanía. Te invito a que lo hagas, a que trates de imaginar por un momento las vidas e ilusiones que quedaron truncadas, despedazadas por bombas asesinas. Merecen que no se juegue con su recuerdo. Merecen respeto.
Puedes oír sus nombres en este enlace.