Los datos del desempleo del mes de noviembre nos han arrojado a la cara una variable aterradora: de las 7.255 personas que incrementaron la cifra del paro en este periodo, 286 fueron hombres y 6.969 mujeres. La trraducción inmediata del porcentaje reafirma que la práctica totalidad de la subida, el 96 por ciento, responde al incremento de búsqueda femenina de trabajo.
Esa sociedad que se dice igualitaria, que nos asegura que hombres y mujeres tenemos idénticas capacidades, oportunidades y trato, expulsa de su mercado laboral a las trabajadoras en cuanto vienen mal dadas. Y lo puede hacer, en el marco de este presunto sistema democrático e igualitario, porque previamente se ha asegurado de reservar los empleos precarios, temporales y de menos responsabilidad para las mujeres. Nuestra ausencia, en términos económicos, cuesta menos.
Con estos datos, la brecha de género se nos presenta en toda su magnitud: la salida de la crisis deja en el camino a las víctimas crónicas de nuestra sociedad patriarcal, las mujeres. Las mismas que hacen encaje de bolillos cada día para responder de manera profesional en sus empleos y mantener la calidad de los cuidados familiares. Quienes mantienen sobre sus espaldas el edificio social de roles, obligaciones y privilegios, tal y como se nos ha impuesto.
La feminización del paro avanza de manera insoslayable, pese a las denuncias de los colectivos de mujeres, pese a la profesionalidad en el desempeño de los trabajos, pese a los resultados académicos que confirman una preparación creciente y una capacidad sobrada.
Una vez más la realidad avanza a una velocidad mientras que la legislación lo hace a otra. La letra de la Ley nos habla de igualdad pero los titulares de prensa nos recuerdan que todavía queda para el colectivo femenino un largo camino por recorrer.
Cristina Duque