José Antonio González
Si pudiera… Si pudiera, sentaría, uno por uno, una por una, hasta las 300, a cada persona que decidió dedicar la mañana del pasado sábado a alentar el discurso del odio contra quienes llegan del continente vecino en patera, tras un viaje dramático y de final incierto.
Si pudiera, si me lo permitieran, sentaría uno por uno, una por una, a cada persona de las 300 que arroparon con su presencia en Lanzarote al líder de Vox, Santiago Abascal, y les preguntaría a todas ellas que por qué. Por qué la rabia, por qué el rechazo, por qué la intolerancia y el miedo.
Rebuscaría en sus pasados hasta encontrar enseguida a padres, tíos o hermanos, o quizá, con algo más de esfuerzo, a abuelos, esposos de tías segundas, maridos de amigas de la escuela, incluso familias enteras, que agarraron sus maletas, liaron sus petates, guardaron en el bolsillo de adentro los ahorros de toda una vida y emigraron a otras geografías, soñando siempre con prosperar y por supuesto, con volver.
Fueron tiempos duros, de hambre y miseria, de necesidad imperiosa y de mucho dolor; todo el dolor que cabe en un abrazo que se rompe, en el espacio que ocupa la distancia entre un padre y un hijo, o entre las dos medias naranjas de una joven pareja. Entonces no había concertinas entre el ayer y el futuro ni acuerdos de devolución como contratos de destrucción de sueños. Pero en la mayoría de los aspectos, los dramas de las familias canarias, de las gallegas, de las andaluzas, de las extremeñas, eran idénticas a los que desgarran hoy a las familias marroquíes, guineanas, senegalesas o argelinas.
Si me dejaran, buscaría entre las banderas y las pancartas racistas a los de mi generación, a la juventud, para invitarles a expresar sus deseos en voz alta. ¿Quiénes, si pudieran, estudiarían en el extranjero, en las grandes universidades americanas o europeas? ¿Rechazarían oportunidades laborales de promoción profesional en otras comunidades del Estado español, en otros países de la Unión Europea, en otros continentes del mundo? De ser positiva su respuesta y de materializarse su anhelo, les advertiría de su conversión automática en emigrantes.
La xenofobia es un sentimiento arraigado en la ignorancia y el miedo, que crece y prospera al fuego del falso relato de la ultraderecha. La xenofobia exhibe el mayor grado de irracionalidad que cabe imaginar, pues cuando la empatía desaparece, cuando la suerte de los demás nos resulta ajena, cuando ignoramos la compasión frente a las desgracias del prójimo, perdemos la cualidad básica de humanidad que nos define como especie. Nos convertimos en fieras.
Eso les diría. Uno a uno, una a una. Y cuando acabara, empezaría de nuevo.
José Antonio González, Secretario General de Juventudes Socialistas de Lanzarote.