No soy el único que piensa que Europa se la juega. Este jueves, 23 de abril, los miembros del Consejo Europeo abordarán de nuevo la respuesta conjunta de la Unión Europea (UE) a las consecuencias socio-económicas derivadas del brote de COVID-19. En su última reunión, acordaron que se requiere una estrategia de salida coordinada, un plan de recuperación integral y una inversión sin precedentes, pero a muchos esta frase tan solemne nos supo a poco. Las buenas palabras no bastan, porque, duele decirlo, las instituciones europeas no han estado hasta ahora a la altura de su misión histórica y la envergadura del extraordinario desafío al que nos enfrentamos.
Más de la mitad de los españoles valoran a la UE peor que antes de la crisis del coronavirus, y una inmensa mayoría del 80% percibe que la pandemia tendrá consecuencias negativas, duraderas o pasajeras, tanto para la economía de su hogar como para la española y la mundial. Estos datos se desprenden de una encuesta publicada por El País el pasado domingo y creo que expresan que nos invade cierta sensación de abandono por parte de la UE. Para que no se enfríe nuestro europeísmo esperamos solidaridad, estabilidad, seguridad y consenso por parte de las instituciones europeas. Que Europa se convierta en aquello que aspira a ser. Y ha de ser ahora.
No pierdo la confianza en los valores que inspiraron y sostienen a la Unión, pero necesitamos que los buenos deseos se concreten en una hoja de ruta y un plan de acción para garantizar el bienestar de todos los europeos y restablecer en la UE un crecimiento fuerte, sostenible e integrador, basado en una estrategia ecológica y digital, como propugna el propio Consejo Europeo. Asimismo, sigo confiando en que las autoridades comunitarias serán especialmente sensibles con las regiones más vulnerables, que ya comienzan a resentirse y en las que el impacto de la crisis económica y social va a ser brutal.
En efecto, me refiero a las Regiones Ultra Periféricas (RUP), una condición adquirida porque están alejadas del continente y geográficamente fragmentadas. Cuando —como es mi caso— se es senador por Lanzarote y La Graciosa, islas que soportan los costes de la doble y triple insularidad, necesitamos saber cómo se va concretar en los lanzaroteños y gracioseros la recuperación verde en Europa. Hace unos días, el Parlamento Europeo señaló el camino al reclamar medidas específicas para las RUP, entre ellas Canarias, para revertir el impacto que la crisis derivada del coronavirus tiene en la conectividad aérea, el turismo, el empleo y el sector primario.
Para afrontar una situación extraordinaria sólo cabe un plan de reconstrucción a gran escala, financiado de forma extraordinaria y que contemple ayudas para los trabajadores afectados por los expedientes de regulación temporal de empleo, los sectores agrícolas y pesqueros y la liquidez de las empresas. Las medidas han de ser suficientes, de sencilla tramitación y han de llegar con rapidez. También comparto el manifiesto titulado Green Recovery —Recuperación Verde— suscrito por el Gobierno español, que defiende que la salida de la futura recesión y la acción medioambiental pueden y deben ir de la mano, en coherencia con nuestro compromiso electoral sobre el Green New Deal, en el que, en la misma línea, apostamos por salvaguardar la economía y, a la vez, luchar contra el cambio climático.
Mientras perseveramos en nuestro empeño de respetar las normas, evitar contagios y salvar vidas, el jueves se reúnen los jefes de Estado o de Gobierno de los estados miembros que conforman el Consejo Europeo. Los más reacios al compromio han de saber que habitamos islas abiertas al mundo y no nos conformamos con una Europa sólo para los mercados: necesitamos una Europa de la ciudadanía, por y para la ciudadanía. Necesitamos que desplieguen con urgencia todos los mecanismos establecidos en el contrato de constitución de la Unión Europea.
Fco. Manuel Fajardo Palarea, senador del PSOE por Lanzarote y La Graciosa.