José Manuel Soria no tiene argumentos. Se ha quedado sin explicaciones plausibles y ha tenido que recurrir al comportamiento canalla (despreciable y de malos procederes, dice el diccionario), al lenguaje tremendista, a la quintaesencia del acebozaplanismo más genuino, teñido de la soberbia propia de su máximo referente, José María I de Aznar y V de Botella.
José Manuel Soria se siente acorralado. A las penas y llantos del eólico hermanísimo, a los burdos intentos de disimulo sobre su vocación de okupa de chalecitos en precario y los viajes asalmonados, se le une, ahora, el via crucis de Telde.
He perdido la cuenta de los concejales detenidos, al igual que no recuerdo cuántos asesores están en libertad bajo fianza. Me queda, sin embargo, la patética imagen de un Alcalde, recién confirmado como candidato por José Manuel Soria, esposado, detenido, y su tardía dimisión.
Telde no lo merece. Canarias no lo merece. El Partido Popular, primera víctima de la prepotencia soriana, de los modos sorianos, no merece que su imagen se asocie a esta cadena de detenciones, a este rosario de sorpresas, a estos amaneceres con nuevos sospechosos, imputados o acusados, que mi conocimiento de penal no me permite distinguir tales matices, aunque me llega el entendimiento para considerar insoportable tanta vergüenza.
Pero José Manuel Soria tiene la sorprendente capacidad de empeorar esta desagradable situación con el recurso a la huida hacia adelante, en una galopada alocada y sin sentido. Qué desnudo ha de sentirse para encontrar refugio en los gales y las filesas. Qué terrible falta de argumentos, de explicaciones convincentes, para tener que esconderse tras las vergüenzas del adversario, ya sancionadas por los tribunales, ya penalizadas por los ciudadanos en las urnas.
José Manuel Soria desprecia a todos. A la justicia, a la prensa, a los ciudadanos. Se refugia en el recuerdo interesado de otros males, negándose a asumir sus propias responsabilidades. Tiene el cinismo de referirse a los suyos como ejemplares. ¡Menudos ejemplares!
José Manuel Soria se dedica a lanzar fuegos artificiales, tracas, voladores y petardos, tratando de que el ruido ahogue una realidad que se empeña en no reconocer, ni permitir que se reconozca: su gente en Telde ha metido la mano en la lata de las galletas de forma grosera y evidente, y los han pillado con las manos en la masa.
Mago del humor casposo, rancio y mesetario, interpreta un increíble vodevil. Le pilla su legítima en la matrimonial cama, incorrectamente acompañado, y la culpa es de ella por llegar antes de tiempo, y abrir sin avisarlo. ¡Vaya cara!
Batasuno honoris causae, niega la independencia de la Justicia y confunde, de manera interesada, el ejecutivo con el judicial. "Si me persiguen es por culpa del perverso Juan Fernando", olvidando que la Justicia, con una mayúscula inicial que él le niega, persigue los comportamientos, los actos, de unos concejales que, con total desprecio del presunto tres por ciento catalán, reclamaban del ciento un veinte, que no se sabe cuanto va a durar la sinecura, que la canonjía se acaba en mayo.
Olvida José Manuel Soria, de manera interesada, que, a mayor abundamiento, las denuncias y querellas no han caído del cielo, no las ha traído Juan Fernando de Madrid, debajo del brazo. Han denunciado ciudadanos de a pie, de esos que Soria no ve, encerrado en su particular Olimpo. Han denunciado constructores hartos de tasas paralelas y chantajes. Han denunciado funcionarios hartos de ver circular información confidencial y propuestas de reparto de megavatios. Han denunciado asociaciones que no tragan acuerdos plenarios lesivos para el municipio, beneficiosos para los capos.
Pero, con todo, hay todavía un daño mayor, por el que Soria debiera ser juzgado. Me ratifico, me reafirmo e insisto: el Partido Popular no merece ser asociado a esa imagen de acorralado que proyecta José Manuel Soria. Conozco, como cualquiera, cargos públicos y orgánicos del Partido Popular a los que considero como adversarios y de los que discreparé cuanto haga falta, pero los supongo y creo honrados.
Reivindico la política, entendida como la gestión de lo común, como el ansia de transformar la sociedad, de construir un presente más justo. Sé que en ese empeño estamos los más. Por eso, ante los eolos y faycanes, ante teresitas varias, sólo cabe la condena y la reacción rápida. Los intentos de confusión, los exabruptos, la canallada de responsabilizar de la falta al que la persigue, sobran. Sobran y dañan.
José Manuel Soria, entronizado sobre seis escalones que le mantienen levitando, recriminará ahora a Larry que no le trajera a la memoria, en debidos tiempo y forma, su condición de mortal. Creerse dios y adormecerse entre laureles, le ha llevado a un duro despertar que le recuerda que está sujeto a algo tan banal y por debajo de su altura, como las leyes.