Sin novedad mi general. Todo sigue atado y bien atado. En esa permanente confusión entre libertad y libertinaje, de la que tanto nos advertiste, algunos pudieron creer que la libertad acotada que trajo la ¿transición?, iba a permitir todo tipo de excesos. Se equivocan.
Hay terrenos vedados, impunidades intocables, que un juececito, por muy estrella que se considere, no se puede permitir violentar. Vale que hayamos tenido que transigir con la ley de memoria histórica, al fin y al cabo logramos descafeinarla. Vale con que los hijos, los nietos, de los perdedores se regocijen bajando a pozos, escarbando en cunetas o abriendo fosas, pero hasta ahí y ni un paso más.
Tu sacrosanta memoria tiene quien la defienda y no me refiero tan sólo a los camaradas de Falange Española, que han tenido que sufrir lo indecible en estos años, soportando en silencio esta democracia falaz, tan lejana del sentir de los auténticos patriotas. Ya no más.
Ha habido que esperar el momento adecuado para que los tibios se sumaran y ahí, una vez más, general, has servido a España. Sí, ha sido el hecho de pretender juzgar lo que llaman tus crímenes lo que ha hecho saltar a esos tibios, obligándoles a posicionarse.
Y, aunque no me guste, también tengo que agradecer al arrogante juececillo sus absurdas pretensiones, pues ha sido ese intento suicida y estúpido de encausarte el que ha hecho que se movilicen muchos de los nuestros, cómodamente refugiados, hasta ahora, en esta pretendida democracia que rompe a España y pervierte nuestros valores.
Así, hemos logrado que la cúpula judicial tenga que pronunciarse, abandonando su cómoda tibieza, y les hemos obligado a coger al toro, al diablo, por los cuernos. Nada de medias tintas esta vez, Garzón ha de ser juzgado y condenado como escarmiento preventivo, hay cosas que no se tocan, hay cosas de las que ni se habla.
De todas formas, general, ya iba siendo hora de que esta panda de aburguesados hiciera la parte que les toca. Desde la comodidad de sus despachos, han permitido que seamos otros los que salgamos a la calle enarbolando la rojigualda con el águila imperial, los que nos enfrentemos con anarquistas y comunistas en las calles de Madrid, en su metro, permitiéndose, incluso, condenar a alguno de nuestros viriles camaradas cuando, en su propia defensa, han asestado una puñalada definitiva o un último disparo.
Ahora les toca a ellos, a los tibios, a los cómodos, a los que nunca han querido mojarse. Ahora les toca impedir con sus artes de leguleyos la infamia de que tu glorioso régimen se vea enlodado, arrastrado, juzgado por los hijos, los nietos, de los perdedores.
Sólo me queda una pena, este hatajo de tibios, de serviles cobardes, carece de la valentía necesaria para el gesto definitivo, trasladar la sede del Tribunal Supremo al glorioso Valle de los Caídos.
A tus órdenes, general y arriba España.