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Miguel González

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La Virgen, el cura, el alcalde, Aquilino y yo

En septiembre de 2007 tomé plena conciencia, en primera persona, del enorme fervor religioso que atesora Jesús Machín, alcalde de Tinajo, presidente de Coalición Canaria en Lanzarote y muñidor de la estrategia inmobiliaria destinada a descabalgar al PSOE de las instituciones insulares. Fue durante la escenificación de los autos sacramentales (“actos”, como los denomina Machín) en honor a la Virgen de los Dolores, que cada año realiza la familia Brito junto a la ermita de Mancha Blanca. Por cuestiones protocolarias, pues a la sazón yo era consejero de Educación y Cultura del Cabildo, me habían colocado en primera fila, junto a la imagen de la Virgen, el cura-párroco, el alcalde Machín y Aquilino, concejal de Festejos y sempiterno factotum de las celebraciones. Así pues, era un espectador privilegiado de los hechos que acontecieron a posteriori, y que permanecerían retenidos en mi memoria varios días después.

 

En medio de un silencio sepulcral, la carroza de corcho imitando un volcán presto a entrar en erupción y sobre el cual la pastorcita de la leyenda y su rebaño de cabras recibirían la visita de la virgen, se detiene frente a la imagen de Ntra. Sra. y demás autoridades civiles y eclesiásticas. Sin previo aviso, el cráter de imitación comienza a vomitar fuego. El momento es espectacular, el cielo tinajero se ilumina con voladores de colores y petardos varios, y hasta las luces de la tómbola de las chochonas y los perros-piloto colaboran en el instante explosivo. El derroche en cohetes artificiales es evidente, y por un segundo rememoro las becas de estudio que podría pagar el Cabildo con ese dinero, más la emoción del “acto” me embarga, olvido mis preocupaciones terrenales y tiendo a perder mi presencia de espíritu.

 

No obstante, hete aquí que una de las cabritas se asusta a causa de los fuegos de artificio. El animal, atado por el cuello al cráter de corcho, pierde pie y queda colgando en el vacío, con grave riesgo de perecer ahorcado. Una exclamación de terror recorre la explanada de Dolores y se escucha el grito aterrado de una niña: “¡Mamá, la cabrita!”. Como una exhalación, Jesús Machín salta de su silla, como eyectado al vacío, recoge a la cabra por sus cuartos traseros y la deposita en lugar seguro en el volcán de plástico. Un suspiro de alivio se transmite entre los miles de espectadores que asisten a los “actos” sacramentales. Los niños sonríen, la representación continúa, Aquilino susurra “las cosas de Suso”, el cura-párroco otorga su bendición y yo pienso que a Machín, con estas cosas, no hay quien le quite la mayoría absoluta. El incidente se solventa con la pérdida generalizada de la cabrita del control de sus esfínteres, y yo creo adivinar un aura especial que envuelve a Ntra. Sra., complacida por el valeroso gesto del alcalde. Tras la ermita, la noche se cierne, tenebrosa y fría, sobre los baños públicos ilegales construidos sobre la colada volcánica y en el entorno de un Bien de Interés Cultural por Dimas y otro Machín, con el visto bueno de Suso.

 

El segundo hecho que vino a confirmar mi absoluta certeza acerca de las firmes convicciones religiosas de Jesús Machín fue, sin duda, mucho más prosaico. Sucedió días antes de las elecciones generales de marzo de 2008. El alcalde de Tinajo, envalentonado por su arrasador triunfo municipal e impulsado, según él, por su idea genial de construir un circuito de rallies (“yo pongo el terreno si hace falta”, había manifestado), era el candidato de Coalición Canaria al Senado, en dura competencia con Astrid Pérez, del PP, una candidata del PNL, cuyo nombre he olvidado y mi compañero y amigo Marcos Hernández, del PSOE, a la postre vencedor en la lid electoral. En los días previos al inicio de la campaña, Suso anunció triunfante: “¡el PIL me apoya! ¡Dimas está conmigo! ¡Se acerca la unidad nacionalista!”

 

Lamentablemente, la realidad se tornó bien distinta. El PIL se burló hasta la saciedad de Jesús Machín, los cargos públicos insularistas no hicieron campaña y, en el colmo de lo patético, Dimas publicó una carta el día antes de las elecciones retirando su apoyo a CC y animando a no votar a ese partido. El ridículo político, y del otro, del presidente nacionalista, quedó aumentado por la contundencia de la victoria socialista. Suso lamió sus heridas, agachó la cabeza, apagó las luces y cerró la puerta de la sede del partido e inició un doloroso vía crucis por los medios de comunicación de la isla. “Dimas me engañó”, exclamaba, quejoso. “Más nunca (sic) voy a llegar a acuerdos con él, me engañó, así que ni unidad nacionalista, ni nada”, declaraba, dolido. En el otro bando, los hijos de Dimas y el resto de la dirigencia del PIL no podían contener la risa. Se jactaban, ufanos, de habérsela jugado bien a Coalición Canaria. Y tanto que se la jugaron.

 

Pero, es fama, la fe mueve montañas, y la de Suso Machín es indestructible. Animado por sectores empresariales, inmobiliarios y especulativos que ponen sobre la mesa lo que haga falta con tal de desalojar al PSOE de las instituciones, adorado a diario en los medios de los hermanos Coll como una especie de líder carismático del nacionalismo europeísta y de vanguardia, jaleado por la habitual troupe de tertulianos frikis y convertido en mesías por su inquebrantable cohorte garrula, Suso Machín ha perdonado. Ha puesto la otra mejilla. Le ha dicho que si a Dimas Martín, que, bueno, que no le guarda rencor, ha mirado a otro lado cuando se llevaban detenido a su amigo José Francisco Reyes, ha olvidado antiguas rencillas, con castaña incluida, con Juan Carlos Becerra y hasta ha convertido a su fe al PP de Astrid Pérez. Creyente hasta el tuétano, convencido de la infalibilidad del Papa, Jesús Machín aspira a pastorear su rebaño a pesar de alguna oveja descarriada.

 

Pero los designios del Señor son inescrutables, sabe Suso. Y la recompensa electoral por flagelar a los herejes socialistas es incierta. Y luego está eso, que ni siquiera la Justicia Divina puede controlar. Si, eso, los jueces, los tribunales, los fiscales, la Guardia Civil. En fin, Dios proveerá…