Llegó por fin la hora del derribo del viejo colegio de La Destila. Y con las máquinas y la satisfacción de ver avanzar el trámite que llevará a la construcción de un nuevo centro, moderno y ampliado, la tristeza al ver en escombros el lugar en el que pasé tantas horas de niño.
En 1978, el año en que se aprobó la actual Constitución española, inicié mis estudios de Primaria en el que entonces aún se llamaba Colegio Nacional Generalísimo Franco.
Recordaré siempre el primer día de clase. Entre emoción y nervios nos presentamos en el aula. Luego, por ser la primera jornada, podíamos marcharnos a casa o quedarnos. Yo me quedé, excitado por la curiosidad y por ser aquella para todos nosotros, chinijos de cinco años, la primera vez que nos veíamos solos, fuera del entorno familiar.
Recuerdo como si fuera ayer los nombres y apellidos de casi todos los compañeros y de los profesores.
Cómo olvidar a Santi, a Ginés o a Miguel Ángel, los primeros amigos de clase, de los que guardaré siempre un grato recuerdo.
Y los maestros y maestras, Doña Pilar, la seño de Primaria durante cinco años. Y luego ya Don Manuel, Don Eugenio, Don José Miguel, Doña Remedios, Doña Teresita, Doña Irene... Creo recordarlos a todos; todos ellos estarán siempre en mi memoria, con sus defectos, con sus virtudes y con aquel sentido de la disciplina que imperaba entonces en la relación de los docentes con el alumnado.
Cuántos cambios desde entonces en el sistema educativo. Cómo haríamos ahora, los padres y madres de familia con aquel horario, de nueve a una y de tres a cinco, cuando ni siquiera estaba inventado el concepto de la conciliación laboral.
El cambio de nombre solo fue posible con una concejala de educación y un alcalde, ambos socialistas. Gracias a la Ley de la Memoria Histórica borramos por fin de las puertas del colegio el nombre de aquel Generalísimo bajito y malcarado, del que poco más sabíamos los niños de entonces.
En los próximos meses se construirá en el solar del colegio La Destila un nuevo centro educativo, donde se formarán las futuras generaciones de niños y niñas del barrio. Un nuevo espacio para un tiempo nuevo y con nuevas y modernas formas de instruir en contenidos y sensibilizar en valores.
Confío en que 2015 nos traiga el nuevo edificio, con instalaciones y servicios propios de este siglo. Y también espero, con la misma fe, que leyes educativas retrógradas e ideologizadas como la del ministro Wert, acaben este mismo año siendo pasto de la historia, junto a los escombros del viejo colegio y la memoria infame del dictador.
José Montelongo
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