Por José Montelongo
Estamos en un momento crucial en nuestra historia. Por muchos motivos, vivimos una crisis económica mundial y una situación tremendamente delicada en nuestra isla. Salvando las diferencias, por otro lado evidentes, hemos de aprender de lo que sucede en el mundo, para poder extrapolar las enseñanzas a nuestra pequeña pero dinámica sociedad.
Hoy en día nadie duda de que la causa de la crisis financiera mundial radica en la falta de control del sistema. En todos los medios de comunicación, nacionales e internacionales, vemos a los más prestigiosos analistas coincidir en que la banca nunca debió tener tan poco control, y que el Estado debe regularizar el mercado (existen prestigiosas voces en Estados Unidos que incluso exigen responsabilidad personal a los ejecutivos que fomentaron ese liberalismo salvaje).
Hoy el intervencionismo estatal no lo pone en duda ni el propio Bush, que ha nacionalizado las pérdidas de algunas de las mayores financieras de ese país. Se escribe que la banca nunca volverá a ser lo mismo. Pero en esta radiografía también existen los que han hecho riqueza: ejecutivos, especuladores… en definitiva, que las grandes fortunas son hoy más grandes.
La idea de base que sustentaba el hasta ahora sistema, es que si las grandes fortunas prosperan, las clases medias también. Como si fuera una pirámide en la que se deslizase dinero. El problema es que, tal y como se ha demostrado, no es así. La clase media, verdadero motor económico de una sociedad moderna, está pasando por sus peores momentos, ahorcada en el pago de sus viviendas y sumida en el paro que engrosa las regulaciones de empleo típicas de una crisis.
Pero en Norteamérica hacen autocrítica, se analizan las situaciones y se cambia el rumbo. Ahora todos dicen aquello de nunca más.
En Lanzarote ha pasado algo parecido. No ha habido control del crecimiento. Y no lo ha habido, tal y como se empeñan en demostrar los Tribunales, porque algún Ayuntamiento sencillamente eliminaba cualquier indicio de control urbanístico. Recuerden la ocultación de licencias, los pleitos, incluso se llegó a insinuar que iban a llevar a la Primera Institución de al Constitucional o a Bruselas, por impedir el desarrollo. Pese a ello el Cabildo pudo evitar que se hicieran millares de camas hoteleras y retrasar la construcción de otras tantas.
No vamos a entrar en qué licencia se dio y cual no. Ni siquiera vamos a entrar en el grado de cumplimiento de la legalidad por parte de los promotores y políticos. Quiero entrar en el fondo político del asunto: ¿tenía o no tenía el gobierno insular que intervenir? A mi modo de ver sí.
Cuando una sociedad se plantea el futuro diseña hacia dónde quiere ir, y luego le da un marco, también económico, para que se cumplan esas expectativas. Por decirlo de forma sencilla, la institución decide cómo quiere que se distribuya la riqueza entre su pueblo, y luego establece el marco de dónde y cómo, legítimamente, se gana dinero. Pero determinado sector empresarial pretende que sea lo contrario: yo gano dinero, y luego haremos el marco que lo incluya.
Este modelo no es más que un liberalismo salvaje encubierto. Determinados medios de comunicación se han convertido en un verdadero grupo de presión que pretende poner al servicio de los negocios privados empresariales la norma. Tal y como ocurría en Estados Unidos, si es bueno para las grandes fortunas, también es bueno para la sociedad. Hablan del dinero que generan, de la modernidad de la planta, de los puestos de trabajo…
Hoy el sistema ha llegado a un punto sin retorno. La situación en la isla es complicada. Nuestra industria turística vende a precios irrisorios, y lo hacía incluso antes de llegar la crisis. Y es que necesitamos dos millones de turistas al año para llenar nuestras camas, legales e ilegales. Hemos quemado muchos recursos naturales, y hemos visto como el poder adquisitivo del lanzaroteño medio bajaba. Mientras tanto, observamos como determinadas fortunas crecían de forma exponencial. ¿Este crecimiento nos ha hecho más ricos? ¿Vivimos hoy mejor que hace quince años?
La respuesta es evidente: no. Es cierto que las cifras hablan de más población activa, hablan de más turistas, de un PIB superior, pero la media de la capacidad adquisitiva de nuestros ciudadanos ha bajado enormemente. Sin contar que el exceso de oferta de camas ha hecho que se acuda al todo incluido o a pensión completa, desmantelando la oferta complementaria y por tanto, la redistribución de la riqueza.
En la actualidad a la crisis económica mundial debemos de sumarle una sobre oferta enorme.
Así, este crecimiento no sólo no se ha repartido, sino que nos ha hecho más pobres, incluso al principio de esta década. Y la envidia del resto del archipiélago, nunca ha sido si tenemos diez grandes fortunas en la isla, sino que el Lanzaroteño medio vivía mejor que nadie.
Ahora se ensalza la idea de que el mercado lanzaroteño no está en su mejor momento por culpa del Cabildo, o del control sobre el territorio, pero se echa de menos que algún directivo de Asolan reconozca sus propios errores. A los ciudadanos nos encantaría oír un “nos pasamos haciendo camas y debemos de crear resortes de autocontrol”.
Y es cierto que es necesario que un empresario sepa a qué atenerse cuando invierta, vamos que no se de esa sensación de que no hay seguridad legal. Y debe ser así para generar confianza en el inversor. Pero la inseguridad legal no la ha propiciado el Cabildo Insular de Lanzarote sino los incumplidores de la ley.
Por eso, es especialmente importante que la ley se cumpla, y se haga cumplir. En ese sentido tenemos que apoyar a la Presidenta del Cabildo porque ella es la responsable de que el sistema económico insular cuente con el control público, y que el promotor sepa que la ley no se puede incumplir sin que suceda nada. Ésa es la base de que la voluntad del pueblo no se tuerza y que un gobierno pueda programar legítimamente qué quiere hacer con el futuro de su pueblo.
Creo firmemente que si bien la crisis mundial es causa de la falta de control sobre el sistema financiero, el deterioro de la calidad de vida del lanzaroteño, es producto de la falta de control de nuestro territorio.