Afrontamos el final de un año más, con sus acontecimientos mundiales, sus avances en la consecución de derechos, sus dramáticas realidades… Con un virus pandémico que se resiste a pasar a la historia, varias guerras cruentas y ríos de personas que huyen, a quienes se les cierra la puerta entre el temor y el odio. También con reuniones internacionales en busca de consensos, en busca de caminos, en busca de una oportunidad para las generaciones que vienen a habitar el planeta después de las actuales.
Un año más, este 2021, en el que mujeres de todas las edades, orígenes y circunstancias han sido asesinadas en España por sus parejas o exparejas, en arrebatos coléricos o en crímenes repasados hasta el menor detalle. 37 mujeres y 24 menores: para una madre, la violencia vicaria ejercida contra la progenie es aún más dolorosa que las heridas propias y ellos lo saben.
Campañas de sensibilización, legislación específica y contundente, inversiones millonarias, educación en valores, manifestaciones, teléfonos de ayuda, puntos violeta… nada parece ser suficiente para detener esta barbarie, que desdibuja a algunos hombres de su condición humana y los convierte en monstruos rencorosos y vengativos.
Queda mucho por hacer, como entender que el abuso de poder y la convicción de la superioridad personal se esconden tras cada bofetada, cada empujón y cada puñalada que un hombre asesta a quien considera inferior, desobediente, incapaz. Desmontar el sistema patriarcal y sustituirlo por un modelo igualitario es, por lo tanto, el gran reto social para acabar con los feminicidios.
Y sin duda, ello exige desmontar bloque a bloque los cimientos patriarcales: la flagrante desigualdad de presencia femenina en los lugares donde se toman las decisiones que nos incumben, la discriminación en el acceso al mercado de trabajo y en la percepción de retribuciones, la asunción de los cuidados familiares en exclusiva, que limita o imposibilita desarrollos personales y profesionales, la difusión de una pornografía que nos victimiza e hipersexualiza, la defensa del sistema prostitucional como un ejercicio laboral en libertad y no como una industria millonaria con la trata y la alienación de personas como combustible.
O lo que es lo mismo, construir la escalera que, peldaño a peldaño, nos saque del sometimiento y la aceptación impotente de la injusticia y nos permita, a todas nosotras y no solo a unas privilegiadas, ser y actuar como ciudadanas libres y capaces, en una sociedad de iguales.